El aire que entra a nuestros pulmones se debe devolver, al igual que el agua y toda la materia que nos dio una determinada forma.
Lo único que realmente nos pertenece son las obras que hacemos, las cosas que entregamos, aquello que decimos o compartimos, porque es justamente eso lo que nadie nos puede quitar, sigue siendo nuestro mas allá de la muerte.
Nuestro patrimonio es el conjunto de cosas que entregamos en este mundo. Aprendí esto visitando la casa de un poeta que murió hace muchos años, su casa obviamente ya no le pertenecía, todas sus cosas habían cambiado de manos, todo salvo sus obras. Esas siguen siendo suyas y lo seguirán siendo por siempre.
Al fin de cuentas no somos el filamento de la ampolleta sino su luz. Luz capaz de escapar de la curvatura de la tierra, como un torrente volcánico precipitado a las alturas de lo eterno.
@edgarchile
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