Pueden ser muchos los pretextos para despertar a un búho. En el caso particular de este, es un profundo verdor en el horizonte que actúa como resplandor ante sus ojos nocturnos. Cualquier movimiento en falso llevado a cabo por la mas diminuta criatura, es el destello de un faro, una silenciosa alarma encendida en la inagotable transparencia de la noche. Nosotros no veríamos nada, pero él todo.
Ese verdor a kilómetros, más verde que el resto de los árboles, lo despierta, lo llama y atrae, satura sus plumas de amnesia y le hace olvidar que una pequeña jaula limita sus movimientos. Aquí el búho es incapaz de estirar sus alas del todo, sin embargo no se lastima: cada barrote es flexible y la jaula aumenta y disminuye de volumen en cada intento de aleteo, de hecho esta mecánica produce un claro palpitar incesante.
Aletea, choca con su jaula, se detiene, mira el verdor.
Aletea, choca con su jaula, se detiene, mira el verdor.
Aletea...
(Dije alas, quise decir sangre. Dije jaula, quise decir costillas. Dije búho, quise decir corazón, mi corazón.)
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