sábado, agosto 23, 2014

Tu Canción le Pertenecía a un Árbol.

La ocultaba y adoraba como un pequeño tesoro, como una perla que lentamente fue moldeando a través de los muchos inviernos y los muchos otoños. Era su única posesión material. La masticaba en su interior como si fuese un chicle destinado a desparramar sabores a través de su venas de árbol.
La tarareaba despacio, llenando de vibraciones la tierra firme de los insectos, vibraciones que poblaron sus laberintos de madera enraizada y lograron hacer que las hojas sintiesen más de cerca la amenaza del precipicio. Algunos pájaros tuvieron que callarse y llevarse a otros árboles sus pequeñas partituras.

Hubo multiplicaciones escondidas, hubo el contagio de un génesis, hubo un baño de clorofila. Y la canción se llenó de sabiduría, averiguó lo que se piensa de la lluvia siendo un árbol, lo que se piensa de las nubes siendo un árbol, de lo que significa disfrutar de un desayuno de luz y lo que significa la escasez de la miel del sol en el invierno.

Conoció el significado de que una enredadera te succione la sangre y de la maldición de tener un pájaro carpintero en una oreja. Supo lo que es tener que defenderse de los huracanes, dando latigazos al vacío como maestro de orquesta asustado.

La cantaba siempre, hasta que un día un hacha silenció a este pobre árbol.

(Sucede que el testamento de un árbol nunca queda en sus anillos, sólo se hace presente en el sonido de una guitarra.)

Eso que tarareas, que trepa a través de tus manos y fluye a través de tu garganta, no es un invento tuyo, -¡más respeto!-, le pertenecía a un árbol.

E. Bergy
@edgarchile

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