Valparaíso quiso ser un castillo de arena pero alguien lo llenó de cemento sin preguntarle. Bajo sus capas de pintura hay afiches con poemas enmudecidos.
En algún minuto fue el centro del universo, cuando los relojes aún le pertenecian a las paredes. Eran los tiempos del telégrafo, tranvías y luces a gas. De navegantes de corredores con preguntas de laberinto.
Sus boyas amarraron siete mares, mientras alguien se tomaba un café contando lingotes de salitre, siendo acompañado por el murmullo de otros idiomas, provenientes de apellidos extranjeros que se quedaron para siempre. Caminando por sus cerros se que hoy es muy distinto, Valparaíso es hermoso, pero hay que saber mirarlo. ¿Qué será de esas casas que nunca tuvieron visitantes a pesar de salir en un millón de fotos?, como capas de pintura, la suma de muchas noches se superpusieron en sus paredes, las que hoy se deshojan lentamente, entre sombras de turistas y de cables.
Qué será de las guitarras que se quedaron detenidas en un mirador, y del crujido nocturo de maderas, que esconden arañas que jamás han sido vistas.
Qué
será de sus historias, imposibles de recoger porque fueron tantas.
Historias de luna, de mujeres y de barcos, de peleas y canciones
recopiladas en vinilos. Historias que ruedan en pendientes
irrespetuosas, como monedas acuñadas en puertos de otras partes del
mundo.
Se que parte de mi sangre proviene de aquí, por herencia o vida pasada.
Heredé
la paciencia del que navega, del que aprendió a pasar el tiempo leyendo
las olas, leyendo las nubes y vuelos de gaviotas, leyendo aquello que
para otros es despreciablemente lento y monótono.
Heredé
algo de la esencia de los cerros, que ante el maltrato del cambio
permanente, son siempre tercos en sus profundidades; y el amor por la
luna, ese que se disputan los mares, los puertos y los lobos
hambrientos.
Heredé muchas cosas, pero no se si heredé el valor de quien dio su vida por el resto en un naufragio.
@edgarchile
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